lunes, 27 de septiembre de 2021

CRÓNICAS DE UN JUGADOR DE JUEGOS DE MESA - Capítulo 7: "Todo un mundo por descubrir".


Viendo que yo jugaba con mi hija a cualquier cosa, una amiga tuvo la feliz ocurrencia de hacerme esta pregunta: "No conoces el Catán? y aún habiendo pasado muchos años. todavía resuena en mi memoria aquella pregunta a la que yo contesté con un lacónico "No, ni idea, ¿qué es eso?" 

Su explicación me valió para despertar mi ya inquieta curiosidad y esta me llevó a: 1º) jugar a su versión online para ver de que iba aquella cosa misteriosa y 2ª) comprármelo en  tablero y aprender sus reglas disfrutando como un niño ante un nuevo juguete. Mi cara de bobo ante tal descubrimiento no podía describirse.


Los colonos de Catan entró en mi casa, lo desplegué en la mesa del salón y enseñé las primeras partidas a mi hija. Juntos fuimos descubriendo a nuestro primer eurogame, un tipo de juegos realizados en Europa (sobre todo en Alemania) de los que nunca había oído hablar. Ese tablero modular con losetas que se iban montando era una auténtica chulada. 

Fueron muchos partidas al Catan y reconozco que mi niña enseguida fue mejor que yo, sabiendo donde colocar el primera poblado y aprendiéndose de memoria los recursos que había que pagar para ir haciendo mejoras, comprando carreteras, ciudades, etc. A mí había algo que me rechinaba del juego y enseguida me di cuenta de que se trataba de la importante influencia del azar por la presencia de los dados. 


De Catan pasamos a Aventureros al tren: Europa. Solamente sacarlo de la caja ya me encantaba. Ese gran y bonito tablero con las ciudades conectadas por vía férrea, las cartas de tren, las coloridas piezas y la divertida estrategia de llegar de un punto al otro. El juego más caro que me había comprado hasta ahora y con el que jugué no solo con mi niña, sino con sus primos y cualquier niño que se dejara seducir por mi entusiasmo. Los adultos me decían: ¿de verdad prefieres eso al mus?" pero yo no me achantaba ante sus ansías de ridiculizarme. 

Como tercer plato de este primer menú de nuevos y modernos juegos de mesa, me hice con Carcassonne. De éste me flipaba que se jugaba sin tablero, ya que nosotros lo montábamos con las losetas que íbamos colocando sobre la mesa. Ciudades, caminos, monasterios, prados, ladrones, granjeros, caballeros y monjes; ¡el juego tenía de todo! Los primeros meeples que tuve en mis manos fueron los de este juego y junto a ellos eché infinidad de partidas. 

Como no podía ser de otra forma, fui buscando más información sobre otros juegos de mesa. En las tiendas a las que iba (¡existían las tiendas de juegos de mesa!), los ojos se me iban hacia otras llamativas cajas pero no me atrevía a comprarlos, no estaba seguro de si sabría jugarlos, de si alguien querría jugarlos conmigo, de si serían muy difíciles para los niños, así que mis pasos en el mundo lúdico seguían siendo cortos pero también seguros. 



Otro juego que adquirí por esas fechas fue mi primer cooperativo. Un juego en el que no se competía por ser el mejor sino que todos íbamos juntos contra el juego, o todos ganábamos o todos perdíamos. Se trataba de La isla prohibida. Con unos componentes espectaculares, desde la caja hasta las gruesas losetas, teníamos un desafío para intentar salvarnos antes de que la isla se hundiera. Este juego también fue parte de mi aprendizaje junto con la chavalada. 

Lo cierto es que Los colonos de Catan (y aquí voy a autoplagiarme) fue el primero, como la primera novia, el juego que me descubrió otro tipo de juegos de mesa que para mí eran completamente desconocidos. El tiempo pasa y las novias se olvidan pero este juego permanece en mi memoria como ese relámpago que me hizo ver la luz de que había algo más allá de Monopolys, Scrabbles o Ajedreces. Sigue ahí, en mi propio imaginario lúdico, como el eslabón perdido que me llevó a otra dimensión jugona. El juego que me hizo ser consciente de que había todo un mundo por descubrir...