martes, 26 de octubre de 2021

CRÓNICAS DE UN JUGADOR DE JUEGOS DE MESA - Capítulo 8: "Niños y mayores no jugaban a lo mismo".

 


En Galicia reformé una casa con mi pareja. Allí pasamos muchas vacaciones y mi afición a los juegos de mesa, me hizo intentarlo con los que me rodeaban. La única pega fue que me tocó jugar a  a cosas diferentes según la edad que tenían. Niños y mayores no jugaban a lo mismo. En cambio, yo, jugaba con todos ellos. 

En el pueblo lucense donde estábamos lo habitual era jugar al tute y al dominó. Jugué partidas a ambos juegos sobre todo en los bares intentado ser uno más de los paisanos.  El pueblo no daba más de sí en cuanto a aficiones lúdicas. 

Tuve que cumplir la treintena y ser padre para descubrir en Madrid un grandísimo juego de cartas pero valió la pena. Un grandísimo juego del que, por fin, toda su jerga se me hizo habitual y que me sigue fascinando aunque haya dejado de frecuentarlo. Un juego que llevé hasta mis familiares gallegos para aprenderlo juntos y que se hizo habitual en nuestras sobremesas y partidas nocturnas. 


Hablo del Mus. Con los mayores, es decir, con los de mi edad, nos enganchamos literalmente al mejor juego de cartas que conozco. Fueron innumerables partidas por parejas haciéndonos señas, envidando a la grande, a la chica, a pares o a juego. Los órdagos se convirtieron en una parte importante de nuestras vidas. Raro era el día que no jugábamos a este clásico español al que yo enseñé las reglas con lo que a mí me habían enseñado y leyendo algún que otro libro. Poco a poco, casi todos con los que nos juntábamos en Galicia, se fueron incorporando a las partidas. 

Mientras con los niños y después de enseñarles Los colonos de Catan y Aventureros al tren, pasamos a descubrir otros juegos como Jungle Speed, Ubongo y Coloretto. Me gustan los niños, me siento parte de ellos, de sus vivencias e ilusiones. Así que sin mucho recelo, me ganaba su confianza, se dejaban aconsejar por alguien que les sentaba alrededor de una mesa y sacaba una caja con cartas, fichas o dados, para enseñarles a jugar. ¿Enseñarles a jugar a los niños?, suena hasta raro.


Primero fue Jungle Speed que es completamente visual y fácil para convencerles. Con un tótem de madera que se pone en el centro de la mesa y 80 cartas con figuras tribales de colores, aquí lo divertido es ser rápido de reflejos para coger el tótem una vez salen dos cartas con figuras iguales. Risas aseguradas y algún que otro arañazo al pelearnos por llevarnos el tótem. Ideal para los chavales y para que el más bruto fuera el vencedor. O sea, yo. 


Después probé con Ubongo mini que c
onsiste en ir completando los puzzles de unas cartas con fichas similares a las del Tetris. También es un juego familiar que encajaba bien con los niños aunque según la edad les iba más o menos por su dificultad de visión espacial. Lo más normal era que ganara el mayor y el que más había jugado al Tetris en las máquinas recreativas. O sea, yo. 


Y por último, jugábamos a  Coloretto, u
n juego sencillo de cartas de camaleones en el que hay que recopilar las del mismo color para conseguir más puntos que los rivales. Fácil pero con chicha. Su aspecto engaña porque no es un juego infantil por lo que había que darle al coco para ganar. Los niños pensaban menos, eran más espontáneos y por eso el adulto les solía ganar. O sea, yo.

Ejem, no os penséis que me gustaba jugar con los niños para ganarles. Cuando dejaba de farolear al Mus, me iba con los chavales a darle un rato a alguno de estos juegos y lo pasábamos en grande. Quería que aprendieran que había juegos diferentes a los tres o cuatro que conocían y, de vez en cuando, hasta me hacía el tonto para que ganara alguno de ellos. 


Pero el juego de mesa que más éxito tuvo fue el Dixit. Como digo en su reseña es un j
uego  en el que un jugador elige la carta que quiere jugar de las que tiene en su mano y la identifica con la frase o palabra que le inspira su contenido. El resto de jugadores eligen una de sus cartas que pudiera cuadrar con esa definición y luego tienen que votar, junto con la carta correcta,  cual es la que más se identifica con esa definición y haber sido tan hábil para que los otros jugadores voten a la suya. Con unas maravillosas ilustraciones, Dixit consiguió juntar a la mesa a niños y a mayores, divertirnos todos juntos y tengo constancia, aunque yo ya no vaya a Galicia,  de que a día de hoy los niños que ya están más creciditos, todavía lo juegan. Los mayores creo que siguen con el Mus

Ya, ya sé que me estaba acomodando, que mi afición no evolucionaba, que jugaba a clásicos de los bares españoles o a juegos partys/ familiares, lo reconozco. Estaba estancado, me había quedado en el punto que muchos jugadores nunca sobrepasan, juegos que se pueden comprar hasta en unos grandes almacenes porque son sencillos, para todos los públicos y sin mucho recorrido o, por otra parte, juegos muy arraigados en la cultura popular española y que han pasado de generación en generación.

Y hablando de generaciones, fue entonces cuando mi hermano vino en mi salvación de quedarme en la mediocridad de la afición. Él desde mi pueblo valenciano se había interesado por los juegos de mesa, una vez que yo le enseñé Aventureros al tren y cosas por el estilo. Así  que después investigó por su cuenta y .....eso ya es otra historia que contaré en el próximo capítulo.