Cuando ya era veterano en el cuartel, tenía tanto tiempo libre durante las aburridas tardes que si no me emborrachaba, me escapaba para dar una vuelta o me cansaba de putear a algunos de los chavales novatos; pasaba tiempo en la biblioteca leyendo libros sobre algunos de mis temas preferidos, el cine y también el ajedrez. Seguía interesado por aprender más cosas de ajedrez, su historia, aperturas, celadas. No tenía mucho sentido porque allí solamente recuerdo jugar con otro chaval alguna partida. No era un juego con tantos seguidores como el póquer o el “vamos a putear a ese pardillo”.
Pero lo más curioso de unir a mi padre con Ceuta es que no solo es el lugar donde él nació sino también porque, aunque el ajedrez se había convertido en mi juego preferido, tuve que volver al preferido de mi padre: ¡las Damas!
Las damas me sirvieron para sobrevivir en la mili. A las damas sabían jugar más bien que mal, muchos de mis compañeros militares y jugábamos partidas en las que hacíamos apuestas: dinero, cigarrillos, latas de conserva, cambio de guardias, etc. Mi habilidad con las damas me sirvió para ganar muchas de estas apuestas ya que solamente recuerdo a un chaval que tenía el mismo nivel que yo. Eso sí, no me sirvió durante mucho tiempo ya que al ver que jugaba bastante bien, en poco tiempo dejaron de querer apostar conmigo.
Hasta que lo descubrieron yo usé las damas para sacar beneficios. Me dejaba ganar en las primeras partidas para luego, cuando el incauto subía la apuesta diciendo eso de “¿jugamos otra y ahora apostamos 500 pesetas, una lata de mejillones en escabeche y la guardia de esta noche?”, aceptaba la apuesta con una sonrisa y esta vez le machacaba sin piedad. Me sentía como Paul Newman en la película El buscavidas, intentando cazar a un incauto en una partida de damas para desplumarle. Eddie Felson era un buscavidas del tapete de billar y yo un buscavidas del tablero. Es lo que tiene lo de ser cinéfilo, que uno es muy peliculero…
El otro único contacto que tuve durante la mili con los juegos de mesa fue, tiene gracia la cosa, con los Wargames. Cuando estuve destinado en la lavandería (unos dos meses), mi compañero que estaba a punto de licenciarse, montaba unas partidas en solitario a wargames en una mesa que teníamos. Allí le veía desplegar las tropas, hacer cálculos, tirar dados y toda la, para mí, parafernalia complicada que tenía ese juego militar. Como os podéis imaginar, nunca se me ocurrió jugar con él. ¡Ya tenía yo suficiente con andar viviendo en un cuartel y vestido de soldadito como para ponerme a jugar a un juego de guerra!. ¡Ni de coña!
El año militar por fin pasó y volví a mi ciudad mediterránea, con un futuro nada prometedor. Había terminado el bachillerato y el COU pero no me había examinado de selectividad. No tenía trabajo ni ganas de seguir estudiando y ya había cumplido los 20 años por lo que mis padres me interrogaban con un discurso claro…”¿algo tendrás que hacer?”. Ahora, tonterías aparte, sí que tocaba buscarse la vida.
“Por lo pronto, voy a relajarme”, esa era mi contestación. Al llegar a la casa familiar me tomé unos meses de relax en los que volví a retomar mi vicio por el Spectrum, disfrutando de cientos de juegos, intercambiándolos con otros amigos, haciendo copias piratas, enganchado a las aventuras conversacionales (mis juegos preferidos) y hasta programando algún juego en BASIC y estudiando los principios del Código Máquina. Llegué a pensar que no sería mala idea estudiar informática pero se me hacía más que lejana una carrera universitaria que mis padres no veían clara y que para mí eran muchos años de estudio dependiendo económicamente de ellos, cuando lo que me pedía el cuerpo era independizarme de alguna manera.
Tuve la suerte de que por el camino me enteré de que en un año se convocaban unas oposiciones al Ministerio de Justicia. Me hubieran dado igual esas oposiciones que otras cualquiera. La cosa es que me aferré a esa posibilidad encerrándome literalmente en mi habitación sin prácticamente tiempo para hacer otra cosa que estudiar y estudiar. Ni amigos, ni cine, ni chicas, ni Spectrum, ni televisión ni nada que me hiciera perder tiempo en mi objetivo de aprobar las oposiciones.
El Ajedrez, tanto el computerizado de los programas que tenía para Spectrum, como el físico con el tablero y la caja que contenía las piezas, estuvo guardado, cogiendo polvo mientras por mi cabeza solo circulaban los apuntes del temario de la oposición. Me hice un ermitaño rodeado de folios subrayados.
Es curioso que cuando más alejado estuve del ajedrez entró en mi casa la primera computadora que jugaba al ajedrez. Mi hermano mediano ganó en un torneo en el instituto una Saitek Pocket Chess y esa maquinita portátil fue la primera computadora de ajedrez que vi en mi vida. Muy pronto nos dimos cuenta de que no tenía mucho nivel de juego pero también nos alucinó que existieran máquinas como ésta, máquinas dedicadas que solo jugaban al ajedrez, que se sabían las reglas y que nos encendió la chispa de conocer más sobre ellas. Años después esto ha derivado en que soy el administrador y redactor de la web y el foro Chess Computer Coleccionistas, pero esa ya es otra historia.
Claro que yo seguía a lo mío: estudiar. En mi vida había estudiado tanto y con suerte y dedicación conseguí sacar la plaza. ¡Tenía trabajo como funcionario de Justicia!, ¡era un justiciero!. Trabajé unos meses con mi padre para conseguir ahorrar algo de dinero y cuando salió la lista de destinos, tuve que asumir que otra vez me iba a alejar de mi ciudad valenciana, esta vez para trabajar y vivir en Madrid.
Entre el tiempo que me cogí sabático sin hacer nada especial, el año que me había encerrado estudiando y lo que tardaron en sacar la lista de destinos, cumplí los 23 años. En septiembre de 1990, hice la maleta con algo de ropa y mis escasos ahorros, para irme a vivir a Madrid. No sabría si me adaptaría a vivir lejos del mar pero tenía claro que ya no volvería a hacerlo en casa de mis padres. Por fin había conseguido independencia económica. Tendría que seguir buscándome la vida pero esta vez de otra manera…