domingo, 25 de julio de 2021

CRÓNICAS DE UN JUGADOR DE JUEGOS DE MESA - Capítulo 2 – "Quiero ser empresario, militar o detective".

 


Aparte de las Damas y el Ajedrez, también hubo otros juegos de mesa en mi niñez. La Oca y el Parchís los recuerdo de mi más tierna infancia, a mediados de los años 70. Creo que venían en la misma caja de "Los Juegos Reunidos Geyper" con la que empecé a jugar a las Damas.


La Oca va unida directamente a mi primera memoria de usar dados sobre un tablero. Lo más divertido era cantar con rintintín y voz repelente, las frases típicas como “de oca a oca y tiro porque me toca” o “de puente a puente porque me lleva la corriente”. Me fascinaban esos dibujos tan coloridos de las casillas, aprendí a contar sumando el número de la casilla dónde se encontraba mi ficha más la tirada del dado;  y el azar me llevaba de la mano, junto con mis hermanos o alguno de mis progenitores, hasta el final de la partida.

Por la parte de atrás del tablero de la Oca, estaba el del Parchís. Con darle la vuelta cambiábamos de juego. Imposible no sentir añoranza por esas épicas partidas con mi ejercito de 4 fichas, el cubilete y los malditos dados. Este era un juego bastante complicado para un niño, porque había que “matar” las fichas de los demás, correr para que no me mataran las mías, buscar casillas dónde estar protegido de los ataques rivales, intentar llegar sano y salvo a la lejanísima meta y hacer sumas más largas para avanzar hasta el destino marcado por la tirada de los dados. Fácil sentirse decepcionado si no salían las cosas bien y fuente de lágrimas si todavía uno no estaba acostumbrado a perder. Rabietas de niños que servían para ir aprendiendo que en los juegos también hay confrontación y mala leche de los demás jugadores.

Varias Navidades de mi infancia, cuando ya era un poco más mayor, tuvieron como regalo principal un juego de mesa. Estos juegos los jugué sobre todo con mis amigos. Lo que pasaba es que en mi pequeña ciudad no había mucha tienda donde elegir y yo no sabía que otros juegos se podían comprar, salvo los que veía en el escaparate de una tienda. Allí fue donde los elegí antes de que me los trajeran sus Majestades de Oriente. Y en esa edad fue cuando conocí el Monopoly, el Cluedo, el Risk y el Stratego.

El Monopoly es el juego de mesa al que recuerdo haber echado más partidas cuando era niño. Partidas larguísimas de toda la tarde, maldiciendo al dado, disfrutando cuando caían en mis calles, esas calles que decían que eran las de la desconocida ciudad de Madrid (¿quién me iba a mí a decir que acabaría viviendo en ella?), construyendo hoteles, manoseando los billetes (nunca había tenido tanto dinero en mis pequeñas manos), sufriendo, riendo, pasándomelo bien con mi puñado de amigos. Era chulo eso de sentirse rico cuando vivías en una familia modesta y construir hoteles cuando nunca habías estado en uno. 

¿Y qué decir del Cluedo?. Este era una auténtica pasada. Nos convertíamos en detectives que tenían que descubrir quién era el asesino, con qué arma había cometido el asesinato y en qué habitación de la casa. La verdad es que visto ahora, no parece un tema muy para niños pero en fin, a los adultos no les preocupaba mucho y con qué estuviéramos quietecitos un rato les valía la pena. Una gran ventana abierta para la imaginación de un niño que con absoluta entrega se dejaba llevar por unos componentes chulísimos. Aquí no solo eran fichas y dados, sino que teníamos cartas con las armas, las habitaciones y los personajes, además de un tablero muy grande con cuadraditos por dónde movíamos nuestros coloridos peones. Este era un juego de estrategia, había que pensar, engañar, descubrir y ser un buen detective. Nos faltaba tener bigote y vestir gabardina pero yo no tenía ni un pelo en mi cara y lo de la gabardina creo que nunca había visto ninguna salvo en la tele. 


El Risk también era un juegazo. Teníamos ejércitos y jugábamos en un tablero que representaba el mapa del mundo. Vamos a combatir, a eliminar a los otros ejércitos, a conquistar países, a pensar como defendernos ante los ataques de los otros, buffff…¡un juego directamente bélico!, con lo que nos gusta a los niños jugar a disparar y a las guerras.  Molaba cantidad tirar el montón de dados para arrasar con las tropas de los demás y seguir viajando por el tablero para invadir más y más países. Nunca me gustó tanto la geografía como con el Risk al que jugábamos de niños.

Niños, es cierto que todas estas partidas solo eran con niños, no recuerdo jugar con niñas a los juegos de mesa. Éramos los tres o cuatro amigos habituales, más algún hermano de ellos o mío (si había sitio), los que echábamos esas partidas a todos estos juegos de mesa. Ellas tampoco querían jugar al fútbol con nosotros así que no nos extrañaba sentarnos a jugar alrededor de una mesa solamente rodeado de otros niños de nuestro mismo sexo. ¡No nos íbamos a poner a saltar a la comba o a jugar a las muñecas! Lo más era jugar al Risk y ser los capitanes de nuestros ejércitos o hacerlo al Monopoly para ser grandes empresarios o tal vez pasar la tarde investigando asesinatos con el Cluedo. Todo un mundo de diversión metido en las cajas de los maravillosos juegos de mesa.

Por último, estaba el Stratego que era una especie de Ajedrez pero mucho más sencillo. De nuevo ejércitos para cada uno de los bandos pero en vez de jugar a pecho descubierto, aquí no se sabía quién era cada una de nuestras fichas ya que estaban ocultas al rival. Solamente podían jugar dos jugadores y el juego era totalmente militar porque teníamos capitanes, tenientes, sargentos, bombas, banderas, espías o generales. Jugué muchísimas partidas a este juego y, lo cierto, es que entre Risk y Stratego, ya estaba preparado para mi futuro servicio militar. Claro que mientras, dándome cuenta de su superioridad, seguiría investigando más cosas sobre mi juego preferido: ¡el Ajedrez!

----Continuará---